‘Una historia popular del fútbol’, de Mickaël Correia, expone otra cara de este deporte: la de la lucha de clases e ideologías
La esencia del fútbol, el jugar por placer, el surgimiento de comunidades alrededor del balón, y el deporte como herramienta de emancipación y contestación es lo que reivindica Mickaël Correia en Una història popular del futbol (Ed. Tigre de paper) en contraposición con el fútbol-negocio. La obra repasa la historia del balompié desde sus orígenes hasta nuestros días, y la importancia que tiene esta pasión en distintos lugares del mundo más allá de ser un entretenimiento.
En efecto, todo tiene un comienzo y no siempre es bueno. Correia recuerda en su libro los brutales antecedentes del fútbol hasta que las élites de la Inglaterra de finales del siglo XIX lo convirtieron en un juego de caballeros, con sus reglas, pero, acto seguido, las clases obreras se las ingeniaron para participar de este deporte y, más importante, competir de tú a tú con la aristocracia del momento. Llegaron las primeras luchas de clases con la excusa del balón, así como el profesionalismo. Cierto es que le fue bien al balompié beber de dos fuentes, como también es cierto que las dos partes nunca han terminado de reconciliarse.
Profesionalismo y negocio
Tal vez fue ese paso hacia el profesionalismo el que lo cambió todo; es decir, de aquellos polvos vienen estos lodos, como constata el refranero español. Muy pronto, los actores de esta especialidad deportiva vieron en ella un potencial negocio. Asimismo, los totalitarismos apreciaron en el fútbol un buen camino para ganar adeptos, por un lado, y una herramienta potente de propaganda política, si es que se pueden separar ambos conceptos, por el otro. Ante ello, futbolistas y aficionados siempre han sido un contrapunto, una vía de resistencia. Un factor destacado, seguramente, en la descolonización y en otros conflictos territoriales. Y no solo dentro del campo, sino también en las gradas; el pueblo contra el poder.
Una història popular del futbol dedica un buen número de páginas a hablar del movimiento hooligan, entendido como grupos de aficionados antisistema con un fondo romántico y utópico, pero unas formas censurables. De este modo, los ultras se agrupan para luchar contra el poder establecido y lo que consideran injusticias (incluso algunas aficiones enfrentadas se unen si el enemigo es común), pero también para denunciar el fútbol-negocio, que aparta a las clases populares y lo deshumaniza. Los clubes son su nexo; su pasión por el fútbol, su lugar de encuentro.
Vuelta a empezar
De hecho, Mickaël Correia desliza que el balompié es una especie de campo de pruebas, donde se implementan herramientas para tener al pueblo bajo control. Por ejemplo, la televisión sirvió para alejar a los aficionados (no solo por la comodidad de ver un partido desde casa, sino porque las cámaras obvian a los radicales, al tiempo que suben los precios de las entradas, hecho que descarta a las clases bajas) y atraer clientes. Pero también, con el pretexto de la seguridad, se están reforzando sistemas de seguimiento dentro de los estadios e, incluso, se ha tratado de crear un carné específico para los radicales, sin éxito.
En este contexto, cada vez son más los grupos de aficionados que, en distintos rincones del mundo, están impulsando clubes que pretenden recuperar esa esencia difuminada del balompié, lejos del negocio, sin estrellas, con aportaciones individuales, para mantener viva la llama de ese fútbol de calle, de barrio. El debate llega cuando uno de esos equipos escala desde las categorías más bajas y tiene opciones de entrar en la élite. Y vuelta a empezar.