La exposición ‘Barcelona & fútbol. El gran juego social del siglo XX’ repasa la metamorfosis que ha experimentado la ciudad alrededor del balón
¿Puede el fútbol, un juego importado por y para las clases acomodadas, transformar una gran ciudad como Barcelona en poco más de 100 años? Sí, y así lo explica la exposición Barcelona & fútbol. El gran juego social del siglo XX, instalada en el MUHBA Oliva Artés y también disponible en formato virtual. Porque, entre otros motivos, el balompié es un «mecanismo de cohesión social y territorial y, al mismo tiempo, embajador internacional», según se puede leer durante el recorrido.
La exposición Barcelona & fútbol se divide en cuatro apartados que repasan cómo este deporte es un agente de cambio urbano; cómo es un instrumento de socialización; cómo ha pasado de espectáculo a industria internacional; y las identidades, imaginarios y símbolos que genera. Todo ello, acompañado de fotografías, objetos y audiovisuales que, junto con el texto de los paneles, redondean la muestra.

Proliferación de clubes de fútbol en Barcelona
Para empezar, un dato llamativo: Barcelona ciudad contaba con cinco campos de fútbol públicos y apenas seis equipos en 1900; en 2000, los terrenos para practicarlo se habían multiplicado por cinco (31) y los clubes, por 29 (175). ¿Cómo fue eso? El balompié «perdió el carácter de elemento de distinción social para pasar a ser considerado un medio de regeneración social y, más adelante, un espectáculo». Y todo a su alrededor se adaptó al nuevo fenómeno de masas y creció (y viceversa).
Hay cuestiones evidentes, como que el juego elitista de finales del siglo XIX es hoy un gran negocio, y que el fútbol femenino ha tenido que empezar de cero varias veces para, parece, encontrar al fin un hueco en la sociedad. Pero una cuestión interesante es cómo comenzó el fenómeno. Barcelona & fútbol lo sitúa en el espacio público, en las calles, las plazas y los parques, pero la proliferación de este deporte, el crecimiento de la ciudad y el aumento del tráfico rodado llevaron a regular su práctica y restringirla a espacios cerrados, por ejemplo, campos y estadios que los equipos debían rentabilizar con entradas y abonos.
Partido de fútbol femenino en Barcelona, 1914 / ‘BARCELONA & FÚTBOL’ Trabajadores de la imprenta Badia jugando al fútbol durante un descanso, 1920 / ‘BARCELONA & FÚTBOL’ Tranvías especiales de los días de fútbol, década de 1920 / GABRIEL CASAS GALOBARDES – PdF Explanada delante de la Sagrada Família habilitada como campo de fútbol, década de 1920 / JOSEP DOMÍNGUEZ Jugando al fútbol en la explanada de Montjuïc antes de las obras de la Exposición Universal de 1929 / JOSEP MARISTANY En las Viviendas del Congreso Eucarístico, 1952 / CARLOS PÉREZ DE ROZAS – PdF
Fútbol, generador de riqueza
Precisamente, ese es uno de los factores del cambio urbano de Barcelona. En un principio, el fútbol se practicaba donde se podía, en cualquier descampado cercano. Ocurre que el balompié promueve el entorno y, cuando este se urbaniza, el valor del suelo empuja a la expulsión y al traslado del campo de juego a lugares cada vez más alejados del centro. Ya ocurría en la década de 1920. Y, en 1960 y 1970, el crecimiento de la ciudad «propició un doble fenómeno». Por un lado «en los barrios consolidados, muchos campos no pudieron contener la presión urbanizadora y los clubes tuvieron muchas dificultades para mantener sus espacios deportivos». En cambio, en los barrios nuevos (que acogían a la inmigración del momento) y los polígonos «aún había solares vacíos, que el fútbol ocupó» y sirvió de cohesionador de los nuevos vecinos. Ya en democracia, se empezó a ordenar esta cuestión, con una planificación y proceso de adecuación de campos estables.

En esas décadas del segundo franquismo o desarrollismo, no obstante, apareció algo que marcó un antes y un después: la televisión. La retransmisión de los partidos favoreció otra forma de consumo, de socialización (los bares son el mejor ejemplo), pero también propició el aumento de las rivalidades y, en consecuencia, de los grupos violentos. Todo ello llevó, por un lado, a cambiar y endurecer algunas normas y, por el otro, a explotar el negocio balompédico.
Barça y Espanyol: nuevas reivindicaciones
La mercantilización contribuyó a la profesionalización de los jugadores ya en la tercera década del siglo XX, pero la televisión, primero, y la aparición de nuevas formas de márketing, tecnología y publicidad a partir de 1980 (incluida la conversión de la mayoría de clubes en sociedades anónimas) catapultó este negocio alrededor del mundo. Lo que importaron una vez las élites, se exportaba ahora en formato ocioso y para todos los públicos. Pero, mientras unos pocos se beneficiaban del nuevo modelo (el Barça y el Espanyol en el caso de Barcelona), la brecha con los modestos era cada vez más grande. Hay que decir que el negocio surgió casi en los inicios de la práctica balompédica, con colecciones de cromos y la aparición de juegos y periódicos. Después se mejoró.

De algún modo, esta distancia también ha generado dos tipos de fútbol, el del espectáculo y el de barrio, con todo lo que ello conlleva: identificación con un territorio concreto y ser una referencia del entorno social (algo muy extendido en Barcelona en clubes como el Europa, el Júpiter, el Sant Andreu, el Martinenc y el Sants, todos ellos fundados en los barrios que se anexionaron a Barcelona en 1897, pero que conservan su idiosincrasia). Es cierto, en el siglo XX, la mayoría de los equipos tomaron posiciones con el catalanismo y valores del obrerismo, rasgos que el franquismo obligó a eliminar, lo que implicaba la modificación de los símbolos, si bien en el tardofranquismo comenzaron a filtrarse con fuerza múltiples grietas. Sin embargo, en los últimos años, donde predomina el negocio, los grandes, el Barça y el Espanyol, son punta de lanza de otras reivindicaciones más allá de la política, como los derechos del colectivo LGTBI y la igualdad de género, así como esenciales para la internacionalización de la marca Barcelona.