En el fútbol están presentes todos los elementos de la creación y, en sí mismo, es la religión de nuestros días
En la primera jornada, Dios creó la Tierra y su día, pero se le hizo de noche, como al delantero que, teniendo una amplia ventaja sobre los defensas, se entretiene en demasía permitiendo a estos reponerse y desbaratar la jugada de peligro en el último momento.
Al segundo día, Dios creó el cielo e hizo la ola. Digo… las olas. Ello provocó algún vendaval (¿de fútbol? No, todavía no) y las primeras lluvias. Las nubes ya estaban listas para que los futuros jugadores les mandaran balones.

Al tercer día, Dios creó los continentes y la vegetación (podrían ser las plantas de los pies, así como las palmas de las manos, pero los humanos aún no existían).
El jueves hizo el sol, la luna y las estrellas, y se produjeron los primeros eclipses (hay jugadores que hacen sombra a otros, pero Dios no pensaba en ello en aquellos momentos). Por cierto, la refracción de la luz solar en el agua de la lluvia provocó la aparición de un arco de siete colores. Todavía hoy hay delanteros que ni al arcoíris le meten un gol.

El quinto día dio vida a pájaros y peces, cuyos nombres, algunos, han servido para bautizar a varios jugadores muchos años después. El Cuervo Gustavo López y el Tiburón Carles Puyol lo saben bien.

Dios dejó para el sexto día el resto de la fauna (que también ha trufado de motes a muchos futbolistas: el Tigre Falcao, la Foquita Farfán, la Pulga Messi…) y la especie humana.

Sin embargo, el Todopoderoso, contento con el trabajo hecho, descansó el séptimo día. Pero allí estaba el hombre, para crear el fútbol, aunque ahora se juega los lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos.
De algún modo, los humanos hallaron en el balón una especie de dios al que venerar. Decía Eduardo Galeano que el fútbol es la única religión que no tiene ateos. Y no le faltaba razón: todo partido balompédico tiene su liturgia. Por ello no ha de extrañar que, cada domingo, los fieles acudan a los templos deportivos para disfrutar y sufrir con el juego de sus ídolos. En este proceso, algunos deportistas rezan antes del inicio del juego; los aficionados dejan sus oraciones para los minutos finales y las tandas de penaltis, esos momentos en los que el lanzador y el portero besan la gloria o caen a los infiernos.

En un momento dado (una de las muletillas más repetidas por Johan Cruyff), Diego Armando Maradona, el Barrilete cósmico, bajó a la Tierra. Era la personificación de lo divino (y por Divino conocían al portero Ricardo Zamora). El Diego demostró que venía de quién sabe dónde en el Mundial de México 1986, cuando, primero, el tramposo tiró de picardía para, con los dedos de sus extremidades superiores, marcarle un gol a Inglaterra. ¡La mano de Dios! En ese mismo encuentro anotó uno de los tantos más vistosos de la historia: cogió la pelota en el centro del campo y fue regateando a todos los pross que le salieron al paso hasta penetrar la portería. Ningún humano haría aquello.

Por esa razón, en 1998, poco tiempo después de que el Pelusa colgase las botas, unos admiradores, fanáticos, fundaron la Iglesia Maradoniana (en la actualidad apoyada por casas de apuestas). «Nuestra religión es el fútbol y como toda religión ha de tener un Dios», explican en su página web. Cuenta con miles de seguidores en todo el mundo. Y tiene sus mandamientos, sus plegarias y sus días festivos. En Nápoles, donde el Diego jugó y logró dos scudetti y una UEFA, incluso existe una capilla dedicada a él. Se encuentra en el diminuto bar Nilo, y tiene una reliquia del exjugador: un mechón de pelo que el propietario del local recogió del asiento de un avión.
Después de Maradona llegó el vacío, hasta que apareció su sucesor, también argentino, el Messías, Lionel. En pocos años ya había calcado los dos milagros del Diego en México-86. Llegar y besar el santo. Nada comparado con lo que tenía todavía que mostrar al mundo el nuevo D10S (con el permiso del papa Francisco). Pocos son los porteros a los que se les ha aparecido la virgen y han frenado a la Pulga. Por cierto, si un secreto es la fórmula de la Coca-Cola, no es menos misteriosa la composición de la bebida que cura a los futbolistas de todos los males. Es el agua milagrosa.
