Diversas modalidades, desde el atletismo hasta el mundo del motor, están presentes en el lenguaje balompédico
En los inicios del fútbol, cuando un portero hacía una buena parada se decía que había hecho un plongeon. Es decir, un salto acrobático, como los que realizan los deportistas especialistas en la piscina. Y tirarse a la piscina, un piscinazo, es lo que hacen los jugadores tramposos cuando quieren engañar al árbitro y se dejan caer con maestría para obtener una recompensa, normalmente en forma de penalti. Los británicos lo llaman to dive (bucear). El VAR amenaza con extinguir a estos artistas del bañador.
En forma de broma se dice que un futbolista es triatleta cuando es tan vistoso como inofensivo, porque primero corre, después, hace unas bicicletas y, finalmente, nada… de nada. Si el protagonista de estas jugadas es muy veloz dirán de él que es una moto, o un fórmula 1. En cambio, si ese triatleta es un delantero más le valdría practicar el tiro al arco. Literalmente. Enfrente siempre tendrá al portero, que si es ágil y reacciona con acierto ante un disparo a bocajarro, dirán que ha hecho una parada de balonmano. No obstante, si recibe seis goles, habrá encajado un set.
Pero no todo son palabras bonitas en el campo. Si el público local empieza a entonar olés es que su equipo está toreando al rival (con muchos pases y, tal vez, con una pisadita de balón al más puro estilo fútbol sala), uno de cuyos integrantes podría cortar la humillación con una patada de taekwondo. Y ya la tenemos montada. El césped puede convertirse entonces en un cuadrilátero, en un ring de boxeo. Llegan las expulsiones, y los técnicos deben mover las fichas del tablero, como en el ajedrez. Pero, a veces, el triunfo y la derrota dependen de una jugada tan inesperada como una carambola, como en una mesa de billar.