El estadio es un lugar donde se producen numerosos robos y hasta algún atraco
El fútbol es un deporte de masas. Y las masas atraen a ciertos delincuentes. Se trata, normalmente, de ladronzuelos, carteristas a menudo, que se mueven como pez en el agua por los aledaños de los estadios antes de un gran partido. Sin embargo, en el mismo terreno de juego también se producen delitos jornada tras jornada, aunque están permitidos. Casi todos. De lo contrario, el árbitro mandará a los malhechores a la caseta.
Por lo general, los robos (de balón) en un partido están permitidos, siempre que sean limpios, sin hacer falta. En este grupo entran los ladrones de guante blanco y los especialistas en robarle la cartera al rival, movimientos precisos en los que, aprovechando un descuido del contrincante, el jugador le arrebata el esférico al oponente. Eso sí, conviene diferenciarlos del robo a mano armada o del atraco, que son los que comete el árbitro cuando, con una serie de cuestionables decisiones, perjudica a uno de los dos equipos.
Armas blancas y de fuego
También en el rectángulo de juego se puede detener… el balón (el portero) y el partido (el árbitro), acciones que nada se parecen a los arrestos realizados por los cuerpos de seguridad. Y, más todavía, en el campo están permitidas las armas blancas (cuando un defensa saca el machete y se desenvuelve con excesivo ímpetu, por decirlo suave; hay quien le llama asesino) y de fuego (los tiros y los disparos son el pan nuestro de cada día si se quiere anotar), como vimos en una entrada anterior, El lenguaje bélico del fútbol.
Y es que incluso el mundo criminalístico tiene su espacio en un partido, con los tiros a quemarropa y a bocajarro. Todo ello, por no hablar de futbolistas apodados Francotirador, como Toni Kroos, y Matador, como Mario Kempes y Edinson Cavani. Realmente, y tal y como están las cosas, faltan jugadores como Róger Gómez y Antoni Alzamendi, alias Policía.