El libro ‘Las mejores anécdotas arbitrales’ recoge un sinfín de historias con los jueces balompédicos como protagonistas
Hubo un tiempo en el que los colegiados, como los futbolistas, ofrecían a la prensa sus impresiones acerca de los partidos que acababan de dirigir. Sin embargo, esa época terminó, y el libro Las mejores anécdotas de árbitros (Ed. La esfera de los libros), de Luis Miguel González, trata de recuperar algunas de las más sorprendentes historias que les han ocurrido a estos jueces dentro y fuera de los terrenos de juego. Es una obra original, hay que reconocerlo, pero no le hubiera venido mal una segunda lectura antes de la impresión.
Por lo general, el libro recoge anécdotas de todas las épocas, desde cuando eran otros futbolistas los que arbitraban las contiendas hasta la aparición de las tarjetas, pasando por las agresiones que han sufrido históricamente los trencillas en todas las categorías en su difícil misión de impartir justicia. También se explica, por ejemplo, por qué se los conoce por los dos apellidos –esto viene de la dictadura, en la que un árbitro se apellidaba Franco y, claro, podía dar lugar a malos entendidos en los titulares y las informaciones deportivas–.
«Rafa, no me jodas»
Seguramente, hay tantas anécdotas como partidos, pero hay algunas que nunca se olvidan. Son ejemplo el fuera de juego que pitó Andújar Oliver al verlo «con el rabillo del ojo», el mítico «Rafa, no me jodas» (aunque Mejuto González nunca empleó esa expresión para dirigirse a su asistente Rafa Guerrero en un Zaragoza-Barcelona, después de que este señalara desde la banda un penalti y expulsión a favor del conjunto catalán) y, más reciente, el niño de 5 años que separó a un colegiado y a un entrenador en Las Palmas. Pero hay una especialmente graciosa –entre varias que sacan una sonrisa–, y es la de aquel jugador que durante el partido le repetía al árbitro que tuviese cuidado con el perro. Intrigado, el referí quiso saber de qué perro hablaba, a ver si le iban a soltar a un can rabioso en cualquier momento… pero resultó que el futbolista se refería al lazarillo. Vamos, que llamó ciego al juez de una forma muy original.
Para terminar, un poco de palabras de fútbol: otro de los pasajes explica los variados nombres que reciben los árbitros, desde colegiado hasta juez de la contienda, pasando por señor del pito (con cierta guasa), trencilla (porque, antes, vestían chaquetas con solapas, faldones y bolsillos ribeteados con una delgada trencilla blanca) y, antaño, nazarenos («iba implícito su carácter de posible mártir y, por otra parte, la idea de que el juez del partido las iba a pasar moradas», explica González).